Durante la Edad Moderna se hacía uso de las pinturas en murales para el conocimiento artístico e histórico. Este hecho no pasa desapercibido en uno de los monumentos más asombrosos de la ciudad, el Real Monasterio de San Jerónimo de Granada. Por tanto, en este artículo, vamos a analizar los frescos de su iglesia para conocerlo aún más en profundidad.
Si eres un apasionado de la Historia del Arte, así como de su conservación y puesta en valor, este artículo está hecho para ti.
Vamos a analizar de manera exhaustiva su iglesia, observando toda su decoración pictórica. En ella podemos afrontar el gusto por la pintura mural que comenzó a proliferar a principios del siglo XVII. Esta tendencia fue impulsada tanto por las órdenes religiosas como por la nobleza.
En las paredes del transepto y en las bóvedas, se puede vislumbrar como la ornamentación pictórica comenzó en 1723 y finalizó en 1735. Los artífices reconocidos fueron Juan de Medina y Martín de Pineda, debido a que la Orden y los patronos buscaban a aquellos más sublimes.
Podemos observar el gran conocimiento de la pintura mural madrileña y la maestría de ambos a través de los frescos.
A lo largo de la Iglesia podemos visualizar diferentes representaciones de arquitecturas fingidas, así como de composiciones ilusorias.
En la capilla mayor se representa a los principales mecenas mediante una extraordinaria solución compuesta por tapices pintados sobre los arcos laterales. Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, y su heredero se muestran arrodillados ante los Pontífices que contribuyeron a sufragar el templo.
La escena que se encuentra del lado del Evangelio se desarrolla en un espacio cerrado. Aparecen el rey Fernando el Católico y el Gran Capitán junto a varios soldados. En el centro se muestra la figura de un niño sujetando el casco y ocupando el lugar más cercado al altar. Por otro lado, el Papa Alejandro VI se muestra bendiciendo y entregando al héroe, el Gran Capitán, la espada que le regaló para la defensa de la iglesia.
En el segundo tapiz se muestra al Pontífice Gregorio XIII junto con el séquito catedralicio. A sus espaldas, el rey Felipe II acompañado por sus soldados. Esta composición relata el momento en el que el III Duque de Sessa se postra ante el Pontífice para mostrarle su fidelidad como soldado y firme servidor de la fe cristiana.
Desde el primer tramo del presbiterio, la superficie arquitectónica se encuentra entera cubierta por pinturas a través de grandes tapices. En ellos se muestran las tradiciones locales y foráneas.
Del mismo modo, las primeras composiciones que se muestran en las paredes del transepto. Aluden a los episodios de la vida de Jesús. Bajo las naves laterales se muestran la Capilla Carranza y la de las Infantas, atribuidas a Martín de Pineda.
La puerta principal del templo enmarca diversas escenas. Entre ellas podemos encontrar Jesús expulsando a los mercaderes del templo y San Pedro curando al tullido, así como el desfile de arcángeles.
Por otro lado, en la Capilla de San Antonio y en el coro se muestran las mejores composiciones que evidencian la influencia de las pinturas de Lucas Jordán.
Los fondos arquitectónicos de la Capilla de San Antonio acogen una base celeste sobrevalorada por las Virtudes Cardinales y ángeles.
Por último, el coro, al ser el núcleo central de la vida religiosa, era el mejor lugar para plasmar los episodios más significativos de la Orden Jerónima. Se organiza en varios niveles donde se encuentran representadas las figuras de los Doce Apóstoles junto a los Padres de la Iglesia.
Los tapices ubicados en la parte frontal muestran los Triunfos con las escenas de San Jerónimo ante San Dámaso y ante los eremitas, culminando el programa con el Cristo de la Expiración, que refleja la magna sillería de Diego de Siloé.
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